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Historias con dos finales

Historias con dos finales


Matías lucía un impecable traje gris. A su lado Martina acaparaba su atención.
- Querido, has visto los michelines de la señora Ester. Con ese vestido tan ajustado que lleva se los ve mover en todas direcciones cuando ella anda. Y no es por criticar, pero al marido la barriga no le deja ver los zapatos.

Ester y su marido, sonriendo, se acercan a Martina y a su acompañante.
- Hola Matías. Hola Martina. Venimos a la selección de personal para un anuncio de televisión. Carlos nos ha convencido de que tenemos grandes posibilidades para salir elegidos. Parece ser que necesitan personas de buena presencia y con un cuerpo estilizado. Querida, después de darle vueltas al tipo de vestido conveniente, me decanté por este que realza mi figura. Anda, ¡mírame bien!. Sinceramente, ¿tú cómo me ves?.

Primer final.

- Ester, te ves muy guapa. Precisamente comentaba con Matías que siempre has tenido un muy buen gusto a la hora de elegir el tipo de prenda que has de llevar en cada ocasión. Estoy segura que se fijaran en ti y triunfarás.

Segundo final.

- No sé Ester... yo me pondría otro tipo de prenda más amplia que disimulara un poco mejor la grasa. Ese vestido lo único que hace es marcar tus movimientos de cadera que son poco estéticos. Es mejor que te vayas a cambiar, si quieres presentarte.





¿Hay que decir siempre la verdad?. Hay quien dice que hay que ser un poco mentirosos para conservar a los amigos. Y es que la verdad, a veces, hace daño, te hace aparecer cruel y pierdes las amistades.

¿Con qué final te quedarías tú?.

A veces lo olvido, porque callas

A veces lo olvido, porque callas


986 84 72 ...
El auricular pegado a la oreja. Espero. Espero, pero no contesta. Quizás me haya equivocado.
986 84 72...

Hoy ya no vives en casa. Vienes poco por aquí. Y cuando lo haces, siempre tienes prisa. Prisa por marcharte. Sufrí cuando te fuiste a estudiar. Y en esas salidas tuyas en las que nunca llegabas a casa a la hora que prometías. Yo no dormía esperando oír el sonido de tu llave en la puerta al entrar. No dormía cuando oía tus pasos tambaleantes por el pasillo y el tropezón involuntario en la coqueta al entrar en tu habitación. Sufrí cuando empezaste a trabajar. Y más tarde, aunque nunca te reproché nada, cambiaste nuestro cariño por tu libertad. Una madre lo sabe, pero calla.

Extraño ese beso tuyo al encontrarnos. Extraño ese abrazo cálido del que ahora te avergüenzas tanto si soy yo la que abro mis brazos para sentir tu corazón. Estás tan cercano y tan lejano a la vez. Lejano, porque sé de tu incapacidad para acercarte a mi, pero callo.

Añoro esas palabras que toda madre espera oír de su hijo. Esas palabras que no me das. Ese te quiero, mamá. Sabes hijo, a veces lo olvido, porque callas.

Pip, pip, pip, pip........

No estás. O no me coges el teléfono. Si lo hicieses, lo harías de mala gana. Lo noto en el tono de tu voz cuando me hablas. A veces me cuelgas sin más. Una madre sabe esas cosas, pero calla.

Doctor Jekyll & Mr Hyde

Doctor Jekyll & Mr Hyde




¿Diablillos o angelitos?




Todos tenemos algo de ambas cosas. Pero tú, ¿Con cuál te quedarías?

Homo homini lupus

Homo homini lupus


Era un jueves 13 de abril. Marsyas, un joven adolescente de un barrio obrero barcelonés se dirigió a la secretaria del instituto en el que estudiaba. Llevaba bajo su brazo dos sobres que contenían la visión que la sociedad y las circunstancian le habían impuesto.


Unos días más tarde su profesor de literatura preguntó en clase quién era Marsyas. Pero reinó un silencio sepulcral. Insistió la profesora de lengua del Instituto Milà i Fontanals, que, cosas del destino, no era otra que la media naranja del profesor.


Fue cuando nuestro joven rebelde, con cara de ángel, pelo de punta al más estilo punk. Pantalón Cimarrón negro, camiseta negra y una pulsera de cuero trenzado en su mano izquierda, se levantó, y, sin darle mayor importancia al asunto, argumentó que era él. Ni siquiera se identificó con el siempre necesario carnet.


Y así se enteró que el viernes 21 de abril de 1989, su artículo había quedado en el tercer puesto del concurso literario que había tenido lugar




Homo homini lupus






El pescado olía mal, al leche estaba agria, el vino me llegó avinagrado, las cuajadas caducadas y el patio interior hedía a humedad. Había jardines ante mi balcón y hoy hay claraboyas ribeteadas de alquitrán. Salí a la calle y un tubo de escape me dejó sin respiración. Los plátanos, de delante de mi casa, se van muriendo lentamente de una enfermedad tropical. El heroinómano de la esquina va a matar un día de esos a su madre, en pleno arrebato del mono, porque no hay centros para él y los subnormales vuelven ahora a sus casas porque no hay dinero para más talleres. Deambulé por las calles durante dos horas. Los coches vuelan, los peatones cruzan en rojo y los motoristas practican sobre el asfalto una variedad combinada de slalom y descenso: la ciudad es una jungla.


¿Qué ocurriría -me pregunté- el día en que todos prescindiéramos de la atención y el cuidado elementales que reclaman nuestros respectivos trabajos?. Imaginé una ciudad donde los camareros servían los macarrones a puñados, por aquello de ganar tiempo; donde los barberos rebanaban, -involuntariamente, por supuesto-, orejas y yugulares; donde los maestros contaban a sus alumnos normas gramaticales de cosecha propia; donde los cirujanos operaban a gran velocidad, sin haberse desprendido de las gafas de sol ni del pitillo; donde las asistentas decidían que su trabajo doméstico podía despacharse instalando unos cuantos aparatos de riego por aspersión en varias habitaciones y alimentando las mangueras con lejía; donde los jueces dictaban sentencia basándose en el dado 1-X-2 que emplean algunos quinielistas; donde animosas parturientas decidían resarcirse de los nueve meses de vida monástica saliendo de juerga durante una semana y dejando al bebé encerrado en su cuartito, con un bocadillo de kilo y una coca-cola de litro; donde los parlamentarios, aburridos de los grandes temas, dedicaban una legislatura a hablar de fútbol y otra del último grito de la moda; donde los carniceros, cansados de prestar atención, empezaban a dejarse pedazos de dedo sobre la madera al partir las costilletas de lechal con el cuchillo de hoja ancha; donde los líderes de las grandes potencias, tras tantos años de contención, creían llegado el momento de recompensarse con el supremo regalo: apretar el botón.


¿En que mundo vivimos?. Vivimos en la jungla, y, lo que es peor, estamos a un paso del caos. Caos al que tentamos cada día, desde siempre, y al que seguiremos tentando mientras no cambie la sociedad y ésta no lo podrá hacer si antes no han cambiado sus individuos, ya que ésta es, en definitiva, el fruto de los individuos que la componen. El hombre debería, por tanto, trabajar sobre si mismo, sobre su relación con los que le rodean y sobre su propio entorno. Es absurdo pensarlo.




MARSYAS

¡Decidido!, volveré a robar carteras

¡Decidido!,  volveré a robar carteras


Hoy ha sido una mañana agradable. Caminaba al lado de Golfo, cuando apareció el joven Constantino en su espléndido caballo blanco y silbando. Se detuvo delante de mi. Lo miré a los ojos con cierto interés y noté un brillo especial en ellos. Sonrió y me dijo:

- ¿Vas a montar ese caballo?
- Naturalmente-, le contesté.
- El mío es árabe y muy noble. El tuyo es un cruce. Ten cuidado, te tirará.
- ¿Y tú que sabes?. ¡No lo hará!. Es pequeño y muy cariñoso.
- No podrás montarlo, Paula.-, dijo Constantino. Y al oír mi nombre me ruboricé, hecho que me hizo enfadar todavía más.
- Sí podré-. Y ante el reto, monté el caballo y di una vuelta. Sentí miedo, porque nunca antes lo había hecho. Pero no iba a tolerar que él me humillase.

Sin darle más importancia, Constantino siguió su camino sin ni siquiera volver la vista atrás. Claro, él era el noble, el hijo de uno de los más importantes empresarios de la zona y yo sólo formo parte de la gente llana del vulgo.

Ahora que se ha ido, devolveré a Golfo. Él se ha convertido en testigo y si me detienen me enviarán a casa de mis padres. Y no me castigarán por lo que he hecho, sino por dejarme atrapar. ¡Decidido!, volveré a robar carteras.

Muñeca de porcelana

Muñeca de porcelana

Sentada en un sofá. Media olvidada. Mirada frágil de cristal. Vestida de época. Cabello rubio, ondulado. Y nada de goma.

Desde mi cárcel veo pasar el tiempo. Y como avanza por un camino pedregoso la vida de los inquilinos. Esos que a veces se detienen a mirarme, pero que nunca se acercan demasiado. Tienen miedo a romperme, porque me he convertido en un objeto. Un objeto de decoración.

Y así es como no saben que tengo dotes para leer las líneas de sus manos, las muecas de sus caras, sus gestos. Ni siquiera saben que puedo leer los trazos dibujados en la arena.

Tampoco saben que sé de sus miedos, de sus vicios, de lo televisivos o cómicos que son. No sabe él que es un esclavo de la belleza, que enseguida se enamora de un taconeo, de una falda corta. No sabe ella que su afición al champán rosado la está deteriorando, ni que envidio su barra de carmín.

Y sigo sentada en el mismo sofá. Media olvidada. Mirada frágil de cristal. Vestida de época. Cabello rubio, ondulado. Y nada de goma.

Fiesta

Fiesta

Yo no te pido que me bajes
una estrella azul,
sólo te pido que mi espacio
llenes con tu luz.


Luces de neón. Amarillas, blancas, azules, rojas.. Destellantes, fijas, apagadas, encendidas..
La noche fría. La luna se asoma por detrás del escenario. Y el escenario. El escenario negro. No, negro no. Multicolor.


Yo no te pido que me firmes
diez papeles grises para amar,
sólo te pido que tú quieras
las palomas que suelo mirar.


Niños jugando, corriendo, saltando. Adolescentes acariciándose, conociéndose, besándose. Parejas bailando, de pie, con los brazos cruzados, gritando, conversando, bebiendo. Viejos callados, sentados, mirando, fumando.


De lo pasado no lo voy a negar,
el futuro algún día llegará
y del presente, qué me importa la gente
si es que siempre van a hablar.


Y sigue la canción. Notas que unen almas, niños, viejos, ricos, pobres, locos, cuerdos.


Sigue llenando este minuto
de razones para respirar;
no me complazcas, no te niegues,
no hables por hablar.

El lápiz azul

El lápiz azul


Recuerdo la imagen de mi madre. Yo, sentado en mi mesa haciendo los deberes y, ella, allí a mi lado, siempre con una sonrisa en los labios. Me gustaba regalarle mis dibujos. Yo dibujaba mucho y ella me decía que lo hacía muy bien, que con el color azul me había pasado un poco de la forma que previamente había trazado con el lápiz, que me quería. Y aquel te quiero resonaba en mis oídos durante días.

Un día fue a hablar con mi profesora, la señorita Montserrat. Pero no hablaron del azul de mis dibujos. Ni de mi. Hablaban de una unión desafortunada, de cómo mi madre se casó con un hombre en contra de la voluntad de la familia, de cómo huyeron, de las dificultades que tendría que sortear en el futuro.

Mis diez años no me permitieron entender lo que ocurría. Afortunadamente no debía ser nada importante, porque al salir fuimos a la librería y me compró una caja de colores, y el azul también estaba en ella.

En busca del significado de un sueño

En busca del significado de un sueño


A veces, buscar a alguien se convierte en obsesión. A veces, nos valemos de personajes mágicos a los que atribuimos poderes capaces de saciar nuestras búsquedas infructuosas.

Dicen que San Antonio, entre otras cosas, es un santo muy efectivo a la hora de que las mujeres encuentren novio. En mi desesperación echaré mano de él para comprobar si funciona en el caso contrario.

Entro en una habitación y allí está ella vestida de un blanco inmaculado. Detrás una cama deshecha. Una ventana abierta. Unas cortinas transparentes mecidas suavemente por un viento cálido.

Allí está ella tendiéndome la mano. Su brazo descubierto, moreno, largo. Sus dedos finos invitando a los míos a que se unan a ellos.

Y me despierto. Me despierto temblando de miedo. Pero no se por qué. Y me pregunto. Me pregunto por qué esa mujer forma parte de mis sueños. Por qué es siempre la misma mujer, la misma habitación, las mismas cortinas. Y por qué nunca mis dedos se dirigen a los suyos hasta fundirse ambos.

¿Tendré que, como he dicho, acudir al santo patrón?.

Fotografía

Fotografía

He envejecido. Tengo menos pelo, más oscuro, la cara más redonda y con arrugas visibles. Unos ojos más maduros, menos iluminados y más abiertos a la realidad. El rostro, más duro, ya no despierta interés y ha perdido su atractivo.

Es el examen de las huellas que el paso del tiempo me ha ido dejando.

¿Amigo ó víctima?

¿Amigo ó víctima?

Yo creía en la amistad. Yo creía en ti. En ti. Y también en ti. Pero el mundo no está hecho para los ingenuos.

Nunca pensé que mi nombre fuese suficiente para que tú, o tú, que ayer me adorabas, hoy, mi presencia, te haga enrojecer y montar en cólera, vomitando insultos y dictándome orden de alejamiento.

¿Será mi reputación siniestra la causa de que ahora me rechaces?

Sana

Sana

Sana, sana

Sana, sana

colita de rana

si no sanas hoy

sanaras mañana

Parada justificada

Parada justificada

Camino de Orense volaba el hechicero.

- Vuela, vuela, hechicero, en tu escoba-, le cantaba un ruiseñor.

Mas en mitad del trayecto la escoba se detuvo.

-Por Belcebú, como osas detenerte-, exclamó el brujo.

-Yo no me detengo, es tu corazón el que lo hace-, dijo la aludida.

Gruñó a diestras y siniestras, maldijo a enanos y duendes. Gritó como perro rabioso. Pero sólo cuando miró a su alrededor, la escoba reanudó el camino. ¿Qué vio os preguntaréis?.

Una doncella arrodillada ante un rosal. Tenía espinas y una bella flor.

Medicina para el alma

Medicina para el alma

Me he levantado con una frase en la cabeza, la tuya:


Cuando estás conmigo y estás callado, también me estás diciendo algo.

Mentiras (y III)

Mentiras (y III)


Domingo, 18:03 horas

Qué hacer para amortiguar los terribles arrebatos diarios de Teresa que aguan cada instante de mi vida. Arrebatos llenos de odio, de venganza, de palabras afiladas capaces de herir mi alma, de hacerme morir poco a poco, día tras día.

Una guerra en la que todo vale. En la que nada importa. En la que olvidamos ponernos en el lugar del otro, porque es más fácil ponerlo donde nos interesa. En la que el diálogo consiste en sus afirmaciones categóricas, absolutas, intocables y en mi silencio, porque la única manera de ganar la paz es callándome. Aunque a veces me canso de ceder. Ceder significa renunciar a ser yo mismo y convertirme en la propiedad manipulable de alguien; pura mercancía, vamos.

Necesito un alguien que me ilumine nuevos caminos, que reconduzca el barco de mi vida hacia rutas no exploradas. Porque yo ya no puedo hacerlo.

Y así fue como pasó la tarde Ángel, reflexionando en su vida y ahogando su frustración y su rabia en whisky caro. Al día siguiente ni siquiera recordaría la imagen de su hijo en la puerta reclamándole la merienda.

Mentiras ( II)

Mentiras ( II)

Lunes, 20:15 horas

Teresa suspiró cuando la mano de Juan subió por su muslo.

- Eh, no es el momento. Mi hijo pronto regresará a casa-, dijo ella entre risas.

Pero Juan le rodeó la cintura con su brazo y la besó.

- Aún me quedan algunas cosas que hacer.
- Hummm.... sí-, respondió Teresa, tartamudeando.

Y ella apoyó su cabeza en el fuerte hombro de Juan.

- Me gustaría dormir y despertarme cada mañana a tu lado. Estoy cansada. Tú eres tan diferente a él ... y te quiero tanto.

Cerró los ojos unos instantes y quedó en silencio. De repente notó que alguien los miraba. Despeinada y con las mejillas encendidas acertó a decir:

- Hola cariño, has llegado. Anda ven aquí.

Mentiras

Mentiras


Lunes, 20:15 horas

Estaba sentada en el sofá, con los ojos cerrados, pero no dormía. A su lado había un hombre que ya había visto otras veces. La tenía abrazada y en su hombro descansaba la mejilla de ella.
Me quedé mirando la escena, en silencio. Mamá abrió los ojos como si hubiera percibido que alguien la estaba observando. Me llamó a su lado y vi en ella la reacción de quien no esta seguro de lo que iba a hacer.
Colocó mi mano entre las suyas y me apretó suavemente.
- Cariño, no le digas nada a papá.

Domingo, 18:03 horas

Vengo de jugar un partido de fútbol con mis amigos. Entro en casa, pero hoy la merienda no está sobre la mesa de la cocina. Ya sé, jugaré en el salón con el ordenador.
- ¿Papá y la merienda?
Está inclinado sobre el teclado del PC, y al mirarme noto que le ha debido entrar algo en sus ojos. Los tiene raros. Debe tener sed, porque sobre la mesa hay varias botellas vacías.
Me ha dicho que me la prepara ahora, pero no se ha levantado. También me ha dicho que no le diga nada a mamá, pero no sé que no debo decirle. Se lo preguntaré más tarde.

Sábado, 12:00 horas

Tengo miedo y todo me parece un sueño. Siento un doloroso nudo en el estómago y estoy paralizado. Trago saliva.
Sigo sin entender nada.

Scooby, Anxo y Fabiola

Scooby, Anxo y Fabiola


Anxo había crecido mucho. Era ya casi un hombrecito con sus diez años. Adorado y consentido por sus padres. Vivo, alegre y travieso.

Fabiola lo abrazó. Se pusieron a jugar animadamente los dos. Él la aceptaba. Y ella se enamoró de la criatura. Lo quería como si fuese suyo. En la cena le preguntó sobre lo que hacía, sobre sus amigos, sus juegos; y hablaron animadamente. Lo fue a acostar y le propuso contarle un cuento. Fabiola se sentó en la cama y Anxo, entre las sábanas, se abrazó al viejo perrito Scooby Doo que lo acompañaba todas las noches desde hacía años. Y comenzó el relato, tras advertirle que tenía que estar muy atento.


Cuentan los viejos, que fue la reina Doña Inés quien, sabiendo de la devoción que por ella sentía el príncipe Constantino, dio orden que lo condujesen a palacio. Éste, descendiente del malévolo brujo causante del estado en que se encontraba su hija, la princesa Anastasia, era el único capaz de romper el hechizo; eso sí: él dormiría hasta que su amada lo despertase con un beso en la barbilla.

Una vez en palacio, Constantino se presento ante la reina. Una de las mujeres más fascinantes y peligrosas de la época. Se inclinó hacia delante, cogió su mano y la besó.
- ¿Vino?- ofreció doña Inés.
- Gracias señora.

La dureza del rostro de ella se suavizó. Y le dijo:
- Vos sabéis lo afligida que estoy por el estado de mi hija. De igual modo sabéis que sois el único capaz de despertarla de su letargo y romper el encantamiento. También conozco vuestros sentimientos hacia mi persona. Así que hacedme este favor y yo, como prueba de agradecimiento, os recompensaré desposándome con vos. Conozco también que tengo en mis labios el poder de devolveros la vida y romper para siempre esta pesada carga con la que está hipotecada nuestras vidas. Si es tan grande el amor que sentís por mi, id a la torre y salvad a Anastasia.

Él la amaba, de eso no cabía duda, y estaba dispuesto a afrontar todas las posibles consecuencias con tal de conseguirla. Incluso, si ella no lo salvaba, quedaría privado de su vida.

Así es como el príncipe tomó el camino de la torre. Entró a la cámara adornada con ricos tapices donde yacía Anastasia. Cayó de rodillas ante la princesa. Su entendimiento le advirtió que tuviese cuidado, que aquello era peligroso. Se odió por quererla tanto. ¿Era realmente una lágrima lo que había en aquellos ojos oscuros?. Quizá, porque se enfrentaba a un dilema que lo podía conducir a la muerte. No hizo caso a su entendimiento, y se repitió que no podía ofender a la reina, que sólo quería servirla a ella y que ella lo sacaría de su cautiverio y vivirían felices. La besó.

“La princesa abrió lentamente los ojos, parpadeó varias veces y miró a uno y otro lado. Se incorporó y vio la cabeza de un hombre sobre su regazo. Extrañada, con los dedos índice y pulgar de sus manos sujetó un instante la cabeza inerte del caballero que al soltar, volvió a caer sobre ella. Intentó despertarlo en vano, así que lo apartó como pudo y saltó de la cama. Se desperezó, mesó su pelo, sacudió su vestido y se dispuso a bajar las escaleras de palacio.
Antes de eso, sin embargo, una fuerza interior la obligó a pararse. Se volvió hacia el hombre que yacía al lado de su cama, y sus ojos se entornaron presos de una dulce candidez.
Cogió su almohada, la colocó bajo la cabeza del príncipe, y tras darle una palmadita en la espalda... se fue”


Lo que si falta por saber es si la reina salvó a Constantino o sólo lo atrajo porque lo necesitaba.

Fabiola contempló a Anxo que dormía plácidamente.

-Se parece a su padre-, exclamó. Había superado la primera prueba.

Versos y lágrimas

Versos y lágrimas

Allí estaban los dos.

A Hechicero el escenario le resultaba mágico. Y se transformó en el de siempre. Primero saludó a los conocidos y dejó a Fabiola en un segundo plano. Pero como ella lo ignoró, empezó a recitarle los versos que hubiese repetido a cualquier otra y en cualquier otro momento, convencido de que podía hacer lo que quería con las mujeres que le interesaban.

- Me diviertes-, le espetó ella. - Y me gusta tu actuación, aunque deberías mejorarla, añadirle algún que otro efecto especial más, porque empieza a hacerse monótona y a cansar a los que te conocemos. Por cierto, hay cosas que no cambian; te he visto hablar animadamente con otra mujer en la sala.-

Él se calló. No lo esperaba. Y así fue como el incidente cambió el desarrollo de la conversación. Cuando recobró el entendimiento le pudo contestar.

- A ti tampoco te importa el que esté con otras mujeres. ¿Desde cuándo te han preocupado mis juegos de una noche?. Disfruto entre la gente y me entretengo. Me gusta dar una palabra amable unas veces, o provocadoras otras, a aquellos que entran; me gusta reírme con ellos y aplaudirles a veces. Sin embargo por ti siento un gran respeto y te amo. Te amo ... sólo a ti.

- Entonces vamos, díselo a ella.

- Si ella no estuviese me casaría ahora mismo contigo y te demostraría cuáles son realmente mis sentimientos.

- Pero está. Y tú planteas hipótesis. Sabes perfectamente que no te atreves a decírselo. A dejarla.

- No. No se lo diré ahora. Pero si me das tiempo seré tuyo y se lo diré.

- Si tu me dejas, me volvería loca. Sé también que después de un tiempo me recuperaría. Y no estoy dispuesta a que me tomes o me dejes cuando te resulte más conveniente.

- Fabiola tienes que entenderlo. Deseo más que ninguna otra cosa estar contigo de verdad. Y te lo aseguro... algún día lo estaré.

-¿Cuándo?

- Sé paciente. Tú y yo estamos hechos el uno para el otro. Lo sabemos ambos. Lo supimos la primera vez que nos encontramos por casualidad. No tardaré mucho en ser parte de tu vida.

- Ya lo eres. Y no creas que voy a dejar que te apartes de mi lado.

- Pues ahora he de hacerlo; de lo contrario perderé mi empleo.

Besaron el monitor. Lo besaron ambos. Él volvió a su trabajo preguntándose si alguien advertiría que había estado con su amada. Ella, se quedó allí, inmóvil, pero una vez más sus ojos se le llenaron de lágrimas.

Vi la foto y me acorde de ti

Vi la foto y me acorde de ti

Marzo3

:: Una imagen puede esclarecer los complicados acertijos de una vida.