Scooby, Anxo y Fabiola
Anxo había crecido mucho. Era ya casi un hombrecito con sus diez años. Adorado y consentido por sus padres. Vivo, alegre y travieso.
Fabiola lo abrazó. Se pusieron a jugar animadamente los dos. Él la aceptaba. Y ella se enamoró de la criatura. Lo quería como si fuese suyo. En la cena le preguntó sobre lo que hacía, sobre sus amigos, sus juegos; y hablaron animadamente. Lo fue a acostar y le propuso contarle un cuento. Fabiola se sentó en la cama y Anxo, entre las sábanas, se abrazó al viejo perrito Scooby Doo que lo acompañaba todas las noches desde hacía años. Y comenzó el relato, tras advertirle que tenía que estar muy atento.
Cuentan los viejos, que fue la reina Doña Inés quien, sabiendo de la devoción que por ella sentía el príncipe Constantino, dio orden que lo condujesen a palacio. Éste, descendiente del malévolo brujo causante del estado en que se encontraba su hija, la princesa Anastasia, era el único capaz de romper el hechizo; eso sí: él dormiría hasta que su amada lo despertase con un beso en la barbilla.
Una vez en palacio, Constantino se presento ante la reina. Una de las mujeres más fascinantes y peligrosas de la época. Se inclinó hacia delante, cogió su mano y la besó.
- ¿Vino?- ofreció doña Inés.
- Gracias señora.
La dureza del rostro de ella se suavizó. Y le dijo:
- Vos sabéis lo afligida que estoy por el estado de mi hija. De igual modo sabéis que sois el único capaz de despertarla de su letargo y romper el encantamiento. También conozco vuestros sentimientos hacia mi persona. Así que hacedme este favor y yo, como prueba de agradecimiento, os recompensaré desposándome con vos. Conozco también que tengo en mis labios el poder de devolveros la vida y romper para siempre esta pesada carga con la que está hipotecada nuestras vidas. Si es tan grande el amor que sentís por mi, id a la torre y salvad a Anastasia.
Él la amaba, de eso no cabía duda, y estaba dispuesto a afrontar todas las posibles consecuencias con tal de conseguirla. Incluso, si ella no lo salvaba, quedaría privado de su vida.
Así es como el príncipe tomó el camino de la torre. Entró a la cámara adornada con ricos tapices donde yacía Anastasia. Cayó de rodillas ante la princesa. Su entendimiento le advirtió que tuviese cuidado, que aquello era peligroso. Se odió por quererla tanto. ¿Era realmente una lágrima lo que había en aquellos ojos oscuros?. Quizá, porque se enfrentaba a un dilema que lo podía conducir a la muerte. No hizo caso a su entendimiento, y se repitió que no podía ofender a la reina, que sólo quería servirla a ella y que ella lo sacaría de su cautiverio y vivirían felices. La besó.
La princesa abrió lentamente los ojos, parpadeó varias veces y miró a uno y otro lado. Se incorporó y vio la cabeza de un hombre sobre su regazo. Extrañada, con los dedos índice y pulgar de sus manos sujetó un instante la cabeza inerte del caballero que al soltar, volvió a caer sobre ella. Intentó despertarlo en vano, así que lo apartó como pudo y saltó de la cama. Se desperezó, mesó su pelo, sacudió su vestido y se dispuso a bajar las escaleras de palacio.
Antes de eso, sin embargo, una fuerza interior la obligó a pararse. Se volvió hacia el hombre que yacía al lado de su cama, y sus ojos se entornaron presos de una dulce candidez.
Cogió su almohada, la colocó bajo la cabeza del príncipe, y tras darle una palmadita en la espalda... se fue
Lo que si falta por saber es si la reina salvó a Constantino o sólo lo atrajo porque lo necesitaba.
Fabiola contempló a Anxo que dormía plácidamente.
-Se parece a su padre-, exclamó. Había superado la primera prueba.
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Anónimo -
Anónima del S.XVIII -