Estaba solo
Tenía hambre. Estaba solo.
Paseé por las calles de la ciudad. Miré algunos escaparates que encontré a mi paso. Saboreé el olor que se escapaba entre las puertas de los restaurantes y mi imaginación alcanzaba el éxtasis imaginando que era yo el que disfrutaba de esos placeres culinarios preparados con mimo por los más exigentes profesionales del ramo.
Era tarde. Era ya noche. Seguía paseando y las calles empezaban a llenarse de gente joven. Que iva. Que venía. De un lado para otro. Con risas, con empujones, con palabras de todo tipo. A cada uno de ellos parecía no importarle lo que hacían los demás. Fuera de los locales de copas, con los vasos de plástico de a litro en la mano, bebían de la música, de los gritos ajenos, de los suyos propios, del néctar barato que habían comprado a precio de oro en el local de moda.
Me dejé llevar por ese espectáculo de olores, de luz, de ruido y de muecas y sonrisas indefinidas que abrían al poseedor las puertas a un mundo imaginario lleno de riesgos y peligros.
Seguía teniendo hambre. Seguía estando solo.
En mi andar llegué a una calle oscura llena de parejas aparcadas en los portales disfrutando ingenuamente de besos robados, con o sin sentido, con o sin amor. Una calle llena de seres hipnotizados por el deseo, en el asiento trasero de un coche, pagado a plazos por un padre o una madre que ahora no dormía esperando su regreso al alba.
Me encontré vagando por la calles bulliciosas. Sólo.
Recordé cómo Adrián me abrió la puerta del Megane plateado; cómo salí; cómo arrancó.
Me había abandonado.
Paseé por las calles de la ciudad. Miré algunos escaparates que encontré a mi paso. Saboreé el olor que se escapaba entre las puertas de los restaurantes y mi imaginación alcanzaba el éxtasis imaginando que era yo el que disfrutaba de esos placeres culinarios preparados con mimo por los más exigentes profesionales del ramo.
Era tarde. Era ya noche. Seguía paseando y las calles empezaban a llenarse de gente joven. Que iva. Que venía. De un lado para otro. Con risas, con empujones, con palabras de todo tipo. A cada uno de ellos parecía no importarle lo que hacían los demás. Fuera de los locales de copas, con los vasos de plástico de a litro en la mano, bebían de la música, de los gritos ajenos, de los suyos propios, del néctar barato que habían comprado a precio de oro en el local de moda.
Me dejé llevar por ese espectáculo de olores, de luz, de ruido y de muecas y sonrisas indefinidas que abrían al poseedor las puertas a un mundo imaginario lleno de riesgos y peligros.
Seguía teniendo hambre. Seguía estando solo.
En mi andar llegué a una calle oscura llena de parejas aparcadas en los portales disfrutando ingenuamente de besos robados, con o sin sentido, con o sin amor. Una calle llena de seres hipnotizados por el deseo, en el asiento trasero de un coche, pagado a plazos por un padre o una madre que ahora no dormía esperando su regreso al alba.
Me encontré vagando por la calles bulliciosas. Sólo.
Recordé cómo Adrián me abrió la puerta del Megane plateado; cómo salí; cómo arrancó.
Me había abandonado.
3 comentarios
_Mary_ -
Creo que has interpretado la tristeza que sienten las mascotas cuando son abandonadas. Si hay que separarse de "esos amigos", lo mejor sería dejarlos en un asilo y que alguien los acompañe mientras les encuentran otro hogar sustituto.
¡Muy bonito, me ha enternecido!
Saludos desde México.
Brisa -
Miramar -
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