Niña, usa la mala leche
Llegué a su casa, pensando que hoy no estaría. Timbré. Oí pasos. Se abrió la puerta.
Allí estaba ella, fresca y coqueta, con su pantalón corto y la camiseta ceñida a los senos. Su cabello recogido.
- Pasa.
- Anda, prepárame un café de esos tan fuertes que haces- , le ordené.
- Un hombre tan mandón como tú debería tener una compañía de soldados a tus órdenes.
Lo dijo, pero se dirigió a la cocina a preparar uno de sus brebajes que se le dan tan bien. Estuvimos, luego, sentados en el amplio salón del privado. Allí hablamos de casi todo.
- ¿Qué les haces a las mujeres?. ¿Qué debo hacer para ser como tú cuando sea mayor?.- Cuando hablaba su voz era refrescante y suave como la nata.
- Pues, niña, sólo tienes que ser tu misma y usar la mala leche. Todos la tenemos. Eso sí, usala de forma constructiva y sin pretensiones.
En cierto momento, en tono más bien áspero y enarcando una ceja, me preguntó acerca de la ambigüedad con la que yo veía la amistad. Noté como la temperatura subía y con ella la densidad del aire. Una sonrisa acabó asomando en la comisura de mis labios, pero advertí como se me apagaba la voz. Me froté los ojos, está vez más por la alta hora que por otra cosa.
- Amigo es aquel que, sin condiciones, está a tu lado, cuando lo necesitas y cuando no. El que te apoya. El que ríe contigo. El que llora a tu lado. El que calla. El que te dice. El que está cuando te abres paso y cuando estás hundido-. Desvié la mirada de ella y seguí.
- En esta sala de chat sólo me han dado manotazos. He encontrado....¿uno?. Yo...
- Chisss, sino acabaré dándote un sartenazo. Además mira la hora.- Lo dijo al tiempo que me rodeó con un brazo. Noté en mi hombro su mano pequeña y delicada. Ella, como yo, sabía lo mucho que conforta en ciertas circunstancias el contacto, el calor humano.
- Una velada encantadora- Me incorporé y abandoné la estancia.
Allí estaba ella, fresca y coqueta, con su pantalón corto y la camiseta ceñida a los senos. Su cabello recogido.
- Pasa.
- Anda, prepárame un café de esos tan fuertes que haces- , le ordené.
- Un hombre tan mandón como tú debería tener una compañía de soldados a tus órdenes.
Lo dijo, pero se dirigió a la cocina a preparar uno de sus brebajes que se le dan tan bien. Estuvimos, luego, sentados en el amplio salón del privado. Allí hablamos de casi todo.
- ¿Qué les haces a las mujeres?. ¿Qué debo hacer para ser como tú cuando sea mayor?.- Cuando hablaba su voz era refrescante y suave como la nata.
- Pues, niña, sólo tienes que ser tu misma y usar la mala leche. Todos la tenemos. Eso sí, usala de forma constructiva y sin pretensiones.
En cierto momento, en tono más bien áspero y enarcando una ceja, me preguntó acerca de la ambigüedad con la que yo veía la amistad. Noté como la temperatura subía y con ella la densidad del aire. Una sonrisa acabó asomando en la comisura de mis labios, pero advertí como se me apagaba la voz. Me froté los ojos, está vez más por la alta hora que por otra cosa.
- Amigo es aquel que, sin condiciones, está a tu lado, cuando lo necesitas y cuando no. El que te apoya. El que ríe contigo. El que llora a tu lado. El que calla. El que te dice. El que está cuando te abres paso y cuando estás hundido-. Desvié la mirada de ella y seguí.
- En esta sala de chat sólo me han dado manotazos. He encontrado....¿uno?. Yo...
- Chisss, sino acabaré dándote un sartenazo. Además mira la hora.- Lo dijo al tiempo que me rodeó con un brazo. Noté en mi hombro su mano pequeña y delicada. Ella, como yo, sabía lo mucho que conforta en ciertas circunstancias el contacto, el calor humano.
- Una velada encantadora- Me incorporé y abandoné la estancia.
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