En busca de la felicidad
Hoy me he sumergido en las frías aguas Atlánticas. Protegido por el oleaje, escondido debajo de su manto, me hubiese gustado quedarme allí escondido. En su seno me he sentido relajado. Relajado de mis pesares por las caricias de una espuma de burbujas que conseguía que mi cuerpo se desvaneciese respondiendo a ese agua que se aferraba a mi piel. Sintiendo. Sintiendo sensaciones únicas, mágicas.
Lejos de tener temor, me sentía seguro, confiado. Mi mente navegaba por un mundo irreal. Un mundo donde era aceptado. Un mundo donde los tiburones me trataban con cariño. Un mundo donde quedaban fuera las intromisiones intolerables de los peces parásitos. En él no estaba Mónica ni su mirada de reproche cada vez que me levanto de la silla para acercarme a la ventana, y por un momento, descansar mi mente con ese paisaje gris urbano. En él no estaba Clara ni sus chismorreos junto a la máquina de bocadillos. Ni Lorenzo con esos chistes verdes que tanto le divierten. Ni la jefa, ni su chulería.
Pero todo se acaba. Todo. Y tuve que salir al exterior. Y volver a ser el mismo. El mismo especialista en sonrisas fáciles, en depresiones compulsivas, en ser un intruso en un mundo que no es el mio.
6 comentarios
Solo una más -
Te amo Manu.
NADA -
Saludos
_Mary_ -
Nadie se puede sentir más solo y ser más desgraciado, si así se quiere uno sentir. La vida tiene sus altibajos, está llena de contrastes y debemos ser agradecidos por despertar cada mañana y ver que el sol sale para todos, y lo que ayer era triste, hoy puede convertirse en alegría.
Saludos desde México.
Anónimo -
Creo recordar que fue en Ucrania, en los montes de Crimea, un venerable anciano me llevó a ver un lobo, se hallaba el animal tendido sobre la nieve entre cuatro árboles, no había jaula, únicamente una cuerda de árbol a árbol con jirones de tela anudados colgando. Con gestos elocuentes el viejo trató pacientemente de explicarme algo que no entendí en aquel momento y cansado de juegos de mímica me marché de allí apenado por la triste escena.
Algunos meses después, un atardecer como el de hoy, al recordar la escena comprendí por fin. El hombre intentaba demostrar que para aquel desgraciado animal los míseros trozos de tela una barrera infranqueable y en su pensamiento no cabía la posibilidad de que fuera posible traspasarlos.
Cuídate.
Sigrid -
Besines!!!
Desierto -
Hazlo. Otro, de xocolate, cómo no.