Una noche redonda
Esmeralda es para mí como una inundación de luz que, en una sala oscura, lo llena todo.
Lo decía ayer Javier, un chico no siempre formal, que en lugar de aprovechar la fiebre del sábado noche para intentar intimar con una mujer, para intentar jugar a las sensaciones experimentales, se recogió a media noche y prefirió la siempre buena compañía de un amigo.
Jugó con el calor de la ausencia de Esmeralda para relatarme como fue a buscarla al bar en el que trabaja. Unos de esos que sirven cubatas de litro a tres euros y jarras de cerveza, de litro también, a dos. Se había arreglado bien, lo mejor que pudo, e incluso perfumó algo el coche, un Renault 5, rojo, y un poco destartalado; con la esperanza que a todos nos invade en estos casos: la de satisfacer sus instintos más primarios.
Lo cierto es que ella ya lo estaba esperando. Y él, muy respetuoso con nuestra protagonista, la invitó a ir acabar la noche a otra ciudad cercana a ésta. Fue un camino de bromas, risas y sonrisas. Llegaron y, después de las primeras copas, empezaron a sentirse eufóricos y de lo más sociables. El caso fue que esa excesiva sociabilidad desembocó en que Esmeralda acabase en manos de un tercero en discordia, que, como ellos, había salido a evadirse del agotador y monótono trabajo de toda la semana y del que halló refugió entre los suaves brazos de Esmeralda.
Javier no sabía qué hacer, ni en qué entretenerse. Y cómo buen chico que es, fue aguantando hasta que amaneció para acercar a los dos tortolitos a sus respectivas casas. No iba a dejarlos allí: no tenían coche.
Una noche redonda, sentenció Javier.
4 comentarios
_Mary_ -
Muy buen relato, suele suceder con frecuencia que al calor del vino y de muchos tragos, se pierda noción del tiempo y del espacio, pero sobre todo de la seguridad en uno mismo y de lo que son tus deseos y aspiraciones.
¡¡Saludos amigo!!
Turandot -
En fin, que cada uno sabrá lo que hace y si le merece la pena.
Brisa -
Luego cuando la cosa ya esta más definida... pues no importa. Saluditos.
Moonsa -